Torres de Allo

      La visita se completa con un vistazo a los tres hórreos que se alzan allí mismo, a la iglesia puesta bajo la advocación de san Pedro y al original cementerio. Hace una veintena de años José Antonio, el aparejador que convirtió las ruinas de las Torres de  Allo en el lugar esplendoroso que es hoy, invitó al cronista a visitar el conjunto. La aceptación fue la respuesta, pero hasta el lunes pasado no se saldó la deuda. Y para eso, estuvo a punto de continuar en el capítulo de los deberes pendientes: uno de los centenarios carballos que forman la magnífica avenida de entrada se desplomó ante el coche sin que nadie tuviera que cobrar seguros de vida.
 
Torres de AlloLas Torres do Allo son herederas de un viejo castillo roquero, aunque en su existencia los historiadores no se ponen de acuerdo. Fuese como fuese, primero se levantó una, un siglo más tarde la de la izquierda -de ahí la bendita chapuza de estilos arquitectónicos- e inmediatamente después el edificio que las une. Tiempos de esplendor, de campesinos míseros y señores enriquecidos, y tiempos de decadencia en el XIX. Y, también, bendito proyecto en el que entró José Antonio, el marido de la «profe» Manuela, que permitió recuperar todo aquello.
 
Así que ahora el cronista aparca el coche y se encuentra ante uno de los productos históricos y turísticos más interesantes de Galicia al que le pasa lo de siempre: que pocos gallegos lo conocen. Y eso que la entrada es gratis y el trato por parte del hombre que se halla tras el mostrador lleno de libros a la venta, excelente. Él habla, asegura, siete idiomas, y anda de aquí para allá con los turistas que se llegan a la Costa da Morte, aunque hoy sustituye a una compañera.
 
En el interior, además de una sala dedicada a la propia Costa da Morte, un magnífico centro de interpretación de la vida que se hacía otrora en los pazos y donde no falta de nada: desde un horno a vídeos explicando la relación de los dueños de los pazos con la religión. Desde aperos de labranza hasta fotos históricas de trajes.
 
La visita cunde. Pero no está completa. Hay que ver la iglesia de San Pedro, a un paseo de un par de minutos caminando, y un poco más adelante un curioso cementerio a cuyo diseñador hay que darle una medalla. Así deberían ser todos en Galicia.